Belén Varela: “La capacidad de improvisación es la metacompetencia del liderazgo de esta era tan cambiante”

Belén Varela (A Coruña) tiene el propósito de que “las personas trabajen bien, se sientan bien y aporten lo mejor a sus organizaciones”. Cuenta con más de 30 años de desarrollo profesional en el mundo de la empresa, tras formarse en práctica jurídica y en organización y recursos humanos, y ser parte de la International Positive Psychology Asociation.

Además, recientemente ha publicado su primera novela “El cielo de los imperfectos”, que sigue a otros dos libros titulados La rebelión de las moscas y Jobcrafting. Habla con ella nuestra compañera Leticia Río.

Leticia Río: Con tu trayectoria en el sector empresarial y, en concreto, en el mundo de los recursos humanos, ¿cuál es tu visión sobre la transformación que experimenta nuestra sociedad? ¿Logramos pasar de lo racional a lo emocional?

Belén Varela: Afortunadamente, la separación de lo emocional y lo racional se quedó atrás en los años noventa. Cuando yo empecé a formarme como directiva, una de las cosas que nos decían era que debíamos tomar distancia de las personas, no dejar que su “vida personal” nos afectase. No me explico que a mi generación le asuste la IA ¡cuando nos entrenaron para dirigir robots! 

En serio, la racionalidad, la lógica y el pensamiento crítico son fundamentales para el progreso científico, tecnológico, económico y social. Solo es que no puede desgajarse de la conciencia humana en su vertiente más emocional. Razón y emoción se alimentan mutuamente, el sabio Descartes exageró un poco la dualidad cartesiana que separaba cuerpo y mente, razón y emoción. Los sentimientos están relacionadas con procesos cognitivos y racionales. Ni la ciencia ni la sociedad tienen ya ninguna duda y por eso, en las últimas décadas ha surgido una mayor conciencia en este sentido.

Es algo que afecta especialmente al ámbito laboral, aunque no tengo claro si las empresas están cambiando porque reconocen los beneficios de un entorno laboral más saludable o si están respondiendo a la demanda del mercado. Sea como sea, es innegable que hay un creciente interés en humanizar el trabajo, promover el bienestar, fomentar el desarrollo del talento, crear relaciones duraderas y de alta calidad. Lo demás, ya empieza a ser historia.

L.R: Durante nuestra conversación me comentabas que es necesario cambiar la forma de pensar de los líderes que gestionan equipos, ¿por qué?

B.V: Observo la tensión que corresponde a una etapa bisagra. Nos encontramos en un momento donde las culturas laborales tradicionales chocan con la creciente importancia de la salud psicosocial. 

Las personas que hoy dirigen las empresas se educaron en metodologías de control y de presión. Y ese liderazgo tradicional está aprendiendo, a veces torpemente, a entender a una generación más consciente y más demandante de bienestar. Siempre creo que estas tensiones son muy interesantes, porque generan debate y transformación. 

Por poner un ejemplo, algunos califican a las personas jóvenes como “generación de cristal”, un juicio bastante absurdo ¿no te parece?. De cristal somos nosotros y te lo demuestro con un solo dato: las enfermedades cardiovasculares causan más de 70.000 bajas al año en España.

En mi opinión, hemos tardado en reconocer este exceso de presión laboral y todavía hay quien cree que está bien. No me refiero a la lógica búsqueda de productividad, sino a los métodos utilizados para conseguirla: jornadas extenuantes, sistemas de vigilancia invasivos, falta de confianza y entornos laborales que no permiten a los empleados mostrar su verdadero potencial. Está demostrado que trabajar bajo presión no mejora el desempeño, sino todo lo contrario.

L.R: Tu propósito es que “las personas trabajen bien, se sientan bien y aporten lo mejor”, ¿cómo lograrlo?

B.V: Tengo cada vez más claro que las personas tienen que estar en el centro y no es una forma de hablar. Las personas necesitamos sentirnos útiles, nos gusta aportar, crecer, mostrar nuestro talento. Tenemos que crear culturas de liderazgo, donde las personas puedan dar lo mejor de sí mismas. Desde mi punto de vista, la clave está en los equipos pequeños porque tenemos más capacidad de acompañar el desarrollo del talento. A medida que una persona va adquiriendo experiencia su talento se va enriqueciendo. No solo por madurez técnica, también por aprendizajes vitales, todo lo que hacemos nutre nuestro talento y solo podemos aprovechar esta circunstancia si estamos cerca. Debemos cuidar las estructuras para que los equipos sean pequeños y preparar muy bien a sus líderes para convertirlos en celadores del talento y de la cultura.

“Ya lo digo sin complejos: la capacidad de improvisación es la metacompetencia del liderazgo de esta era tan cambiante”

Belén varela

L.R: No puedo pasar por alto la publicación de tu última novela “El cielo de los imperfectos”, que tengo pendiente de lectura. En marzo celebramos un evento en el que visibilizábamos perfiles femeninos que concilian su vida laboral y familiar con su desarrollo personal/ profesional, Olvido, la protagonista de tu novela, podría ser una de las ponentes, ¿verdad?

B.V: Aunque El cielo de los imperfectos es una novela de intriga, de ficción, su protagonista es el retrato robot de una profesional contemporánea con familia a su cargo. Olvido vive atrapada entre su obsesión de ser buena madre y buena profesional. Es una abogada extraordinaria en un campo complejo y también es una madre muy familiar y que valora su tiempo en casa. 

Lo que sucede es que sufre lo que a mí me gusta llamar el “síndrome de la insuficiencia”. Con un elevado nivel de autoexigencia, persigue la excelencia en todos los ámbitos de su vida y, como suele suceder en estos casos, no sabe poner límites a esa búsqueda de la perfección. Vive extenuada, se siente culpable por pasar poco tiempo con su familia, pero también se siente mal cuando cumple su hora de salida. 

Tampoco el entorno tampoco se lo facilita. Una organización bastante tóxica, que castiga su maternidad; una familia demandante, unas amistades que le reprochan su dedicación…

En fin, creo que para muchas personas este libro está actuando un poco espejo de su realidad, es lo que más me están comentando. Debería reflexionar un poco sobre ello.

L.R: Me comentabas que la maternidad desarrolló tu meta competencia: la improvisación y ceder espacio a las imperfecciones, ¿cuál es tu experiencia? 

B.V: Como hemos comentado, cualquier experiencia nos permiten mejorar o descubrir nuevas habilidades y para mí, la improvisación ha sido uno de esos descubrimientos. En las escuelas de negocios aprendí la importancia de planificar estratégicamente y eso me ha ayudado mucho en lo profesional y en lo familiar. Pero cuando me convertí en madre de una familia XL, con tres hijos y dos abuelas, los imprevistos pasaron a formar parte del día a día. Adaptarse, buscar soluciones e incluso estandarizar esas soluciones ha sido un auténtico reto. Al principio lo veía como un límite, hasta que descubrí a Robert Poynton y supe que esta habilidad se enseñaba en los cursos de liderazgo de Oxford. Ya lo digo sin complejos: la capacidad de improvisación es la metacompetencia del liderazgo de esta era tan cambiante. Si aún no la tienes, entrénala.

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